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“Me pide matrimonio tipo Sheyla Rojas pero solo me alcanza para matrimonio masivo”

Nos escriben y la Doctora Sincorazón responde.

Hola, me llamo Armando Motta, vivo en San Luis y la historia que voy a contarles es 100% real, no feik, en súper HD, comprobable, impreso a cuatro colores, en fin. Tengo 27 años, un futuro por delante pero un presente aún formándose; o sea, recién estoy empezando mi vida de éxito aunque mis padres no me tienen fe solo porque estudié Antropología.

Bueno, resulta que estoy enamorado. Sí enamorado hasta el tuétano, hasta el dedo meñique. Tan enamorado que quisiera aprender chino, afgano y esperanto solo para decirle “Te amo mi cachorrita, mi beibi, mi caperucita, mi pan con pollo con quinua”, con quien ya llevo 2 semanas y sé que es el amor de mi vida.

Por esta devoción que le tengo me quiero casar. Sí, no lo he pensado mucho porque con ella no hay que pensar nada. Me quiero casar porque la amo hasta el fondo más profundo de mi estómago, la amo tanto que siento morir cada vez que me despido de ella. Precisamente por ello le pedí convivir, para verla las 24 horas del día. Pero ella me dijo que no porque, al igual que su madre, pide que nos casemos primero antes de compartir cama, la ducha o el tendedero. Y como sé que me ama tanto como yo a ella, decidí pedirle la mano sin titubeos.   

Fue un viernes. Recuerdo que fui a su casa con mariachis, fuegos artificiales (dos ratas blanca y un chispero), el auto que me presté del jefe sin que él lo sepa y un anillo de compromiso que me costó casi un ojo de la cara (y no es broma porque el vendedor era tuerto y me miraba salivando). Ese día me había endeudado casi con toda mi familia, incluso dejé de comprarle la medicina a mi abuelo, aunque él nunca lo supo. Y me lancé pues. Apenas salió me arrodillé y le puse el anillo en el dedo anular y me dijo que sí. Entonces sonaron las dos ratas blancas (el chispero nunca prendió) y empezó la celebración. Mi futuro suegro abrió dos cervezas, mis cuñados se fueron a jugar fulbito (o a extorsionar, no lo sé) y mi suegra me advirtió que no hay devolución.

Y ahí estábamos, los dos felices. Mi suegra me felicitó por mi auto, mi suegro me dijo que ese día él pagaba las cervezas y mis cuñados ganaron 3 a 0 a sus eternos rivales del barrio, aunque luego se tomaron toda la apuesta. En fin. Todo fue alegría, etc. Hasta el día siguiente.

Doctora, al día siguiente mi suegra me levantó con un caldo de carnero con mote bien caliente para recomponer el alma. Su papá me invitó media caja más para curarla y con ella, mi Dulcinea del Toboso, en la mesa empezaron a vislumbrar cómo sería el matrimonio.

Primero empezó su madre. Ella quería un matrimonio en la Catedral de Lima o en plena Plaza de Armas. Quería además algunos detalles como un carruaje con cuatro caballos blancos, música clásica, un cantando de ópera y quizás un coro de niños como fondo. Ella estaba de acuerdo en todo y además agregó un vestido caro, un auto Mercedes para llevarla al parque El Olivar para las fotos y, si se puede, quería que le consiga al cardenal de Lima para que nos haga la pregunta “¿Acepta usted…?”. En fin.

El padre dijo que no pedía mucho, solo unas tarjetas para sus amigos de promoción de colegio de primaria y secundaria, y quizás algunos más con los que juega casino los domingos. Por su parte, los cuñados querían tarjetas para ellos y sus rivales de pichangas. Eso sí, pidieron que el trago nunca falte porque eso era indispensable. Luego me pidieron las llaves de mi supuesto carro para pasear un toque, pero se pusieron a hacer taxi (aunque un amigo me dijo que eran raqueteros).

Doctora, un ser sensato como yo se hubiese levantado de la mesa, hubiese pedido la palabra y los hubiese mandado amablemente a la misma mierda. Pero me contuve porque la amo, porque en esas dos semanas aprendí que el amor es lo que nos mueve como sociedad y nos ha hecho evolucionar por encima de los demás animales. En fin. Les dije que haría lo posible por conseguir todo ello y a las pocas horas (12 horas hasta que me devuelvan el carro de mi jefe) me retiré.

Doctora, he sacado mis cuentas y solo me alcanza para pagar un matrimonio civil comunitario en Puente Piedra. Luego ya no me alcanza para más, ni para la combi de regreso. Doctora, no sé qué hacer, no sé qué decirle. Me dirán que soy misio, que no valgo la pena, que mejor me consiga a una que esté a mi altura (bajura) y me despreciarán. Lo peor, mis padres habrán tenido razón en que la Antropología no da plata y me forzarán en ingresar a la Senati y ser como mi primo, quien como mecánico gana casi como ministro en una mina de Apurímac. Doctora, estoy desesperado, ¡ayúdeme!

Hay otros detalles, pero ese más o menos es el resumen de mi drama.

Atentamente: Armando Motta, DNI 987898734.

Respuesta:

Querido Armando, he leído solo los dos primeros párrafos de tu mamotreto y la verdad ya intuyo en qué acaba. Te recomiendo que no seas imbécil y que cambies de carrera. Sé que me dirás que la Antropología te gusta y esas cojudeces pero tú sabes muy bien que eso no te llevará a ningún lado. Estudiar lo que te gusta solo es un privilegio de blancos y tú eres más marrón que mi mesa. ¡Pisa tierra, carajo!

Respecto a tu novia… Oe, ella no te quiere. Te aseguro que a las justas sabe tu nombre. Pero tampoco es que sea culpa de ella o sea una interesada. Es solo que está aburrida, así como yo al leer tu carta. Yo haría lo mismo, me divertiría contigo mientras tanto porque al fin de cuentas quien sufre por amor es un imbécil ya que por amor no se debe sufrir, sino gozar de lo lindo. Y mejor si gozas con Armonía 10 o Aguamarina. Chau, perdedor.

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