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“Me mandaron a emborrachar al pavo, pero el pavo aguantó más el trago y me tumbó”

Doctora Sincorazón responde. Esta vez escribe Antonio Pavón, un millenial gil (decirle gil a un millenial es redundante) emborrachado por un pavo que fue más que él.

Buenos días Doctora Sincorazón, mi nombre es Antonio Pavón y le escribo porque mi mamá me ha echado de la casa porque, según ella, soy demasiado gil. Mi caso es el siguiente:

El mes pasado, mi mamá compró un pavo vivo, para engordarlo como se debe: con comida chatarra para que esté bien gordito y para tenerlo sentado todo el tiempo frente a la computadora, para que engorde más.

Bueno, la cosa es que el pavo comía harto y dormía más que el gato, por lo que engordó 20 kilos. Es decir, pesaba unos 28 kilos y era el pavo más gordito que hemos tenido en casa. Era tan gordito que mi mamá pensaba vender la mitad al vecino que tiene como cinco hijos. Hasta ahí todo bien.

El problema, Doctora Sincorazón, llegó cuando mi mamá me mandó a emborrachar al pavo. Como usted sabe, emborrachar la pavo con vino hace que se condimente por dentro porque la sangre se encarga de eso, de llevar todo el vinito a todos los rincones de su piel.

Para la noble tarea, saqué una “dama juana” de Chincha y empecé a darle el vinito artesanal. Para no aburrirme, también empecé a tomar de cuando en cuando. Luego un vasito el pavo y un vasito yo. Cuando estaba un poco picado le empecé a contar mis problemas, le conté que me va mal en la universidad, le conté de mi ex y su nueva pareja: un tipo alto, bien parecido, con carro, primer alumno de su clase y encima feminista… lo odio.

En fin. En esas tristezas estaba cuando el pavo, sintiendo compasión por mí, me empezó a servir el trago. El pavo me abrazó con sus alas, me palmoteó la cabeza y hasta casi puedo jurar que me decía “Ya todo va a pasar, tienes que ser fuerte», mientras yo, embarrado en llanto, le decía que él sí era un buen amigo. Lo último que recuerdo es que el pavo me sirvió un vasito lleno y me lo tomé seco y volteado, y de ahí no recuerdo más.

Mi mamá me dijo que me encontró en el techo, tirado, embarrado en vómito, tiritando y con la espalda fría. Me había quedado seco. Cuando me despertaron no sabía dónde estaba y tenía un horrible dolor de cabeza que me taladraba las sienes. Entonces solo pude reaccionar cuando mi madre me echó agua fría a la cara y me preguntó gritando: “¿DÓNDE MIERDA ESTÁ EL PAVO?”.

Yo no supe qué responderle. Solo me puse a buscarlo por todo el techo, luego por toda la casa. Nadie sabía nada. En mi desesperación subí al techo del vecino, busqué en la calle y nada. Mi mamá se asó feo y me echó de la casa: “¡NO VUELVAS HASTA QUE NO TRAIGAS ESE PAVO!”.

Doctora, le juro que no sé qué pasó. Lo más probable es que alguien se haya robado el pavo de madrugada, pero yo pienso que el pavo me emborrachó. Sí, él sabía mis intenciones y me emborrachó, me tumbó y se escapó. Ahora debe estar por ahí pululando por alguna otra casa o quizás haya escapado al río o algún bosque, a vivir su vida en libertad.

¿Qué hago Doctora Sincorazón? Mi mamá me quiere matar porque invitó a medio vecindario para comer ese pavo gigante y ahora no hay nada. Temo regresar a casa pero más temo encontrar al pavo porque si lo veo frente a frente no creo poder enfrentarlo. Seguro de verdad habla y eso me aterra.

Espero su consejo.
Atentamente: Antonio Pavón.
Jirón Estibinas 456 – Surquillo.

Consejo:
Estimado gil, primeramente gracias por colocar tu dirección porque así le podré llevar un pavo a tu mamá. La pobre debe estar alterada por no tener pavo y por tener a un hijo tan baboso. Lo segundo, te digo sinceramente, buscaré al pavo por ti pero no para apoyarte, sino para premiarlo y darle un espacio en mi hogar para que crezca y engorde más hasta morir de muerte natural. Finalmente, yo que tú no regreso a casa, eres un desastre como persona, como ser humano y como especie viva. Por favor no me escribas más.

Atentamente:
Tu Doctora Sincorazón, tu doctora amiga.

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