En un acto de verdadera inocencia y poco recato, un joven preguntó a un boticario de su barrio si aún había mascarillas para protegerse del coronavirus, pero ingrata fue su sorpresa al ver que del boticario emergió una lenta pera grande sonrisa que no tardó mucho en convertirse en una de esas grandes carcajadas que amenazan con hacernos comer nuestras propias orejas .
El joven confundido ante la respuesta del boticario, no sabía cómo sentirse porque no sabía si esa risa era burlona o si el boticario se había acordado de repente de un chiste, como suele suceder. Sin embargo, empezó a sospechar cuando el boticario cayó al piso y se carcajeaba sobándose descaradamente la panza con una mano y, con la otra, apuntando al joven con el dedo índice.
Como si no fuera suficiente mal momento, el boticario sacó su celular y envió un mensaje de WhatsApp en el grupo denominado “Boticario del Perú masná”, e inmediato los boticarios empezaron a mandar audios de carcajadas igual o más ruidosas que del primer boticario que atendió al joven inocente que de seguro es capaz de recibir billetes de 7 soles.
Enojado por la afrenta, el joven se dispuso a abandonar el local no sin antes amenazar al boticario con denunciarlo ante la corte más alta del Estado, pero el boticario carcajeó aún más porque recordó que la corte más alta queda en Puno o Cerro de Pasco. Cansado y visiblemente irritado, el joven solo procedió a retirarse, cargando sobre sí la humillación y desterrando para siempre la inocencia abarrotada vilmente por un obeso boticario que posiblemente es una persona vulnerable.
Luego de los primeros pasos, el exinocente, sin pisar las líneas de la vereda murmuró: “Habrá justicia poética”, mientras empezó a sentir por primea cómo la maldad ingresaba a su corazón y este distribuía satisfacción oscura por todo su cuerpo.
Ampliación, cuando los boticarios dejen de reír.
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