Preocupante. Después de comerse carapulcra con sopa seca con su presa de chicharrón, además de un platazo de papa a la huacaína, un terrible plato de ceviche de pota de 3 so, además de su terrible siete colores en una carretilla de Paruro, y bajarla con su refresco de cebada con tuberculosis, el Coronavirus empezó a sentir fuertes cólicos estomacales.
Inmediatamente, le preguntaron si tenía seguro, como no entendía la referencia, solo dijo que sí. Entonces llamaron y le ofrecieron atenderlo para el 2022. Luego lo llevaron al SIS, pero le dieron paracetamol y una estampita del Señor de los Milagros. Por último, decidieron llevarlo de emergencia al hospital del Estado más cercano.
Convaleciente vio que no habían camillas disponibles, pacientes tirados en el piso mientras su suero colgaba de un clavo. A unos metros de él, cerraban una herida con grapas y masking tape. Comprobó que el hilo de coser fue bordado en un mantel, como dijo Juan Luis Guerra en «El Niágara en bicicleta».
Por fin cuando le atendieron, quisieron amputarle el brazo izquierdo. Desesperado y al borde de las lágrimas, decidió irse del Perú por humanidad. No iban a poder soportar que él infecte a tantas personas con esas condiciones de salud.
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