Un drama contemporáneo llega a nuestra redacción para la Doctora Sincorazón:
«Estimada doctora, realmente me encuentro desesperada y con un gancho en la nariz hace varios días. Mi pareja, Brayan Alacrán, y yo llevamos unos meses de convivencia. Al principio todo era color de rosa y olor a Poett. Sin embargo, desde que el invierno ha entrado con fuerza a la ciudad, él se resiste a entrar a la ducha. Si bien no tenemos agua caliente, eso no debería ser pretexto para que cultive quesos en sus juanetes, ¿o estoy equivocada? Eso no es todo. En la intimidad, cada vez que beso su cuerpo siento como si estuvieses comiendo ceviche de pota de 3 soles en la tía Veneno. Por si fuera poco, tenemos que dormir con dos frazadas tigre que me asfixia. Siento que ya he perdido el sentido del olfato. Podría ir al río Rimac y me parecería un campo de jazmines. A estas alturas, caminar por los cerros de basura de mi barrio es como respirar el aire de los campos Eliseos. Qué hago, doctora. Ayúdeme».
Hijita, te acompaño en tu dolor pero de lejitos no más. Primero, considero que debiste averiguar más sobre la vida de tu pareja. Estoy segura que, no hace muchos años, fue otaku o dotero. Si tanto lo amas, que el problema se convierta en una posibilidad: abran un local en el centro comercial Arenales o una cabina de Internet en su barrio. Les auguro mucho éxito. Para la intimidad, te recomiendo, previamente, comprar 300 gramos de corvina, medio kilo de limón y dos cebollas, que hacer el amor se convierta en una aventura gastronómica. Provecho.
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