
Después de la pelea entre Jiren y Gokú, no se había visto nada parecido. El fin de semana pasado, en una cantina de la carretera central, los dos kis etílicos más poderosos de la vía láctea se enfrentaron en una lucha sin cuartel: un huancaíno y un puneño se agarraron a botellazos para determinar quién aguantaba más el trago.
Al promediar las 9pm del viernes empezaron a tomar, mientras en la rocola pusieron diez soles de bandas, 10 soles de chicha, 10 soles de huayno y 10 soles de cumbia, solo para comenzar. Para las 5am del día siguiente, ya se habían tomado 20 cajas de cerveza y fumado 10 cajetillas de cigarro Inka, sin filtro.
Para el anochecer del sábado, el bar había llamado ya a su proveedor para otras cien cajas de cerveza porque su stock se acabó. Solo hicieron un break al mediodía para tomar dos ollas de caldo de cabeza con lengua y ojos, como fiambre.
El domingo, mientras la contienda continuaba, ambos luchadores hicieron un hueco, en el suelo del bar, con sus propias manos para poner el almuerzo de ese día: la pachamanca. Al promediar las dos de la tarde, la chela se acabó, el proveedor no quiso seguir atendiendo al dueño del bar. Entonces, este sacó dos litros de cañazo, 3 botellas de pisco adulterado, 1 galón de alcohol de 96 y fue a la botica del barrio por todo el stock de perfumes para que la batalla continúe.
Lamentablemente, ya para el lunes, tanto el puneño como el huancaíno, aún se mantenían en pie, mientras el dueño no sabía qué hacer, pues ya nadie quería venderle ni chelas, ni yonque, ni insecticidas, ni perfume para que ambos prosigan con su batalla. Al cierre de esta nota, se supo que quedaron empatados, pero el dueño del bar cambió de rubro, ahora se dedica a ser pastor evangélico para recuperar su inversión.
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